1/9/14

Extrañas bibliotecas (1)

“Biblioteques i llibreries són dos sistemes que tenen moltes coses
 en comú i és bo que treballin plegats. Cal que construïm
 un país el més lector possible”
Ferran Mascarell
(Nota de prensa del Acuerdo entre el Departament de Cultura
y el Gremi de Llibreters para vender libros en las bibliotecas)

"Sé tan poc de biblioteques públiques com un malalt crònic pot saber d’hospitals.
Em vaig criar en una família sense llibres. Descobrir que hi havia llibreries i biblioteques va ser la cosa més important de la meva infància
i segurament de la meva vida. És una constatació i no
un llagrimeig. Després, les biblioteques i les llibreries
se m’han fet estranyes. També això és una constatació.
Entenc que les llibreries i les biblioteques
no és que hagin de canviar, sinó que ja han canviat.
I una de les maneres com han canviat
ha sigut emigrar dels locals que ocupaven.
En gran part, són ja a internet.
Els locals van quedant per altres usos:
l’assistència social dissimulada, per exemple".
Carles Miró, Adéu biblioteques (i 6), Sí, però poc

Hace unos años, por extraño que les pueda parecer a algunas personas, se discutía -no mucho, la verdad, pero sí intensamente (*)- sobre si la documentación clínica debía estar integrada con la documentación propia de las bibliotecas. Para aclarar términos diríamos que por aquel entonces la documentación clínica era el objeto del Archivo de historias clínicas y por lo tanto toda la información referente a la asistencia sanitaria a los enfermos (pruebas exploratorias, procedimientos, etc.) En la actualidad toda esta información está digitalizada, pero hace no tanto las historias clínicas eran sobres bastante voluminosos y pesados -sobre todo para los enfermos más graves o complejos- en donde lo mismo podía haber hojas de papel manuscritas, como mecanoscritas, como radiografías, como CDs con imágenes de pruebas diagnósticas y hasta microfilms. Incluso una vez llegué a encontrarme en una historia clínica una dentadura postiza total que el personal había creído justificado guardar allí a la vista de que el paciente la había olvidado. Lo prometo por la gloria de mi canario.

Para mí la cuestión de que el material clínico y el bibliotecario debían mantenerse separados no era sin embargo una cuestión de formatos, dado que por otra parte también las bibliotecas empezaban a ver materiales diversos.  El problema no era la especificidad de los soportes, sino el grado de acceso. Incluso cuando toda la información clínica o una gran parte puede ser visionada en los sistemas informáticos de los hospitales, e incluso compartida, su consulta y su modificación exigen una gradación de perfiles desde el de las personas que no tiene acceso alguno hasta las que tienen mayor acceso, con facultad para recaudar datos estadísticos o ver lo que hacen otros perfiles. Como es natural, en todo caso las personas que gozan de mayor acceso también tienen la facultad de examinar quién ha usado irregularmente el sistema. Por ejemplo, no se espera que un nefrólogo consulte un enfermo que no es "suyo". Y supongo que si se observa que una irregularidad se repite mucho, es tratada como un problema o algo así. Especialmente si un caso se enrarece.

Otra particularidad que le veía yo a la necesidad de mantener información clínica y información bibliotecaria separadas era algo a lo que podríamos englobar bajo el palio de la luz crepuscular de la calidad o de la legalidad o de la distribución (los canales, vaya). Es decir, en principio cualquier profesional que trabaje en un hospital o ambulatorio puede producir información, siempre dentro de unas exigencias y dentro de unos controles de calidad, pero yo -que he leído una infinidad de informes clínicos y de registros de quirófano- les puedo asegurar y les aseguro que hay errores de expresión y a veces una presentación descuidada o deficiente, impropia de quienes han recibido una formación académica (dicho sea sin la menor ironía). Además esa información asistencial -ya no digamos la relativa a ensayos clínicos- se preserva con confidencialidad (seguridad del paciente) y en una buena práctica se considera nefando dar a terceros información que solo corresponde al interesado y a la persona o personas que lo cuidan. Por el contrario, en las bibliotecas se supone que todo cuanto se ofrece lo puede leer o consultar o divulgar cualquiera, a su placer. Las restricciones siempre tienen que ver con la fragilidad de algún libro único o con las leyes de propiedad intelectual. Pero si alguien quiere ir a una biblioteca para encontrar un libro que le explique cómo hacer una tapia, aunque no sea albañil, lo puede hacer. Si luego la tapia se le viene abajo ya hay jurisprudencia de que no será culpa del bibliotecario. Por lo demás, lo que yo antes añadía a mis argumentos, para publicar un libro se requería una cierta solvencia. Como ustedes ya saben, ahora cualquiera puede publicar un libro (otra cosa es que se lo lean). A lo que sólo faltaría añadir que hay más gente actualmente que escriba que que lea.
*
Pero antes de que no vayamos por ramas cada vez más febles, les emplazo para la próxima entrega de esta serie, no sin antes mostrarles la biblioteca particular de Keith Richards, el guitarrista de The Rolling Stones. No hace mucho me quede algo estupefacta ante el texto de la normativa de una red de bibliotecas australianas, donde se amonestaba a quienes pretendían comer en las salas de lectura o estudio perritos calientes, pero se permitía el sushi y los snacks. Me imagino que lo que hacía que hubieran alimentos "permitidos" y "no permitidos" residía en si estos son substanciosos o, como las barritas energéticas, algo que no mancha. No en el Levítico. También hemos de pensar que lo que en otras latitudes es normal (el Haloween, comer en la calle) aquí se ha ido introduciendo con singular energía y, lo que es peor, para quedarse. Pero que Keith Richards tenga un vaso junto a su diván solo nos puede conducir a cuestionarnos si se trata de un vodka con naranja o de un simple zumo natural. Porque es su biblioteca. Y en su biblioteca cada cual hace lo que le viene en gana.

*
Como bien sabrá Carles Miró, el autor del post que he citado arriba, library es un "falso amigo" del inglés, ya que no significa "librería", como alguien podría pensar, sino "biblioteca".
Biblioteca de Keith Richards en Connecticut. Procedencia: Christopher Sykes

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(*) Se diría que la cuestión quedó sino finiquitada por lo menos suspendida después de un agrio debate en las Segundas Jornadas de Documentación e Información Biomédicas (Barcelona, 1987), en que la Prof. María Luz Terradas, de Valencia, manejó el tema desde el corporativismo médico ante el no menor corporativismo bibliotecario de la sala. Creo que no se ha vuelto a hablar del tema, a no ser para referirse al nicho laboral que se abría para los bibliotecarios clínicos, al servicio de las necesidades puntuales de equipos médicos.

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